La base psicológica
del tipo de personalidad característica de la sociedad metropolitana consiste
en la intensificación de las
estimulaciones nerviosas que derivan de los rápidos e ininterrumpidos cambios
de los estímulos internos y externos; el hombre es un ser selectivo y su mente
es estimulada por la diferencia entre una impresión momentánea y aquella que la
ha precedido.
Las impresiones
duraderas, las impresiones que difieren sólo ligeramente unas de otras, y las
impresiones que forman un curso regular y habitual y muestran contrastes
regulares y habituales- todas esas impresiones afectan (logorano?), por decirlo
así, a la conciencia menos que el rápido (affollamento?) amontonarse de
imágenes que cambian, la intensa discontinuidad contenida en una sola ojeada y
la inesperada potencia de una impresión súbita, que son, en cambio, las
condiciones psicológicas específicamente creadas por la metrópolis. (...)
...el tipo de hombre
metropolitano –que naturalmente existe en millares de variantes individuales-
desarrolla un órgano que le protege del clima amenazador que le rodea y que lo
desarraigaría y así reacciona con el intelecto en lugar de hacerlo con el
corazón y con este proceso la conciencia acrecentada deviene la prerrogativa
psíquica. Así, la vida metropolitana presupone una conciencia excepcional y la
predominancia de la intelectualidad en el individuo metropolitano: la reacción
al fenómeno metropolitano es transferida al órgano menos sensible y más
periférico respecto a la esencia de la personalidad. La facultad intelectual
sirve así de defensa a la vida subjetiva contra el poder opresivo de la vida
metropolitana, (...)
La metrópolis ha
sido siempre la sede de la economía monetaria, en ella la multiplicidad y la
concentración de los cambios económicos han dado a los propios medios de cambio
una importancia que la limitación del comercio rural no habría podido permitir.
Hay una conexión íntima entre la economía monetaria y el predominio de una actitud
intelectualista. (...)
En la esfera de la
psicología económica del grupo pequeño es importante que en condiciones
primitivas la producción sirva a aquel cliente que encarga el producto, de modo
que productor y consumidor se conozcan. La metrópolis moderna, en cambio, está
casi enteramente servida (rifornita?) por la producción para el mercado, para
compradorescompletamente anónimos que no entran nunca en el campo visual del
productor. A través de esta condición de anonimato los intereses de ambas partes
adquieren un aspecto de brutal practicidad; y el cálculo intelectual de los
egoismos económicos de ambas partes no
debe temer ninguna flexión causada por los elementos imponderables de las
relaciones personales. La economía del dinero domina la metrópolis; se ha
acabado con los últimos restos de producción doméstica y de intercambio directo
de bienes y reduce cada vez más la cantidad de trabajo hecho por encargo de
clientes. (...)
...la mentalidad
moderna se ha hecho cada vez más calculadora, la calculada exactitud de la vida
práctica que la economía monetaria ha producido corresponde al ideal de la
ciencia natural: transformar el mundo en un problema aritmético, fijar todas
las partes del mundo mediante fórmulas matemáticas. La economía del dinero ha
logrado llenar los días de tantas personas con la ponderación, el cálculo, las
determinaciones numéricas, con la reducción de los valores cualitativos a
valores cuantitativos. (...)
El odio apasionado
de hombres como Ruskin y Nietzsche por la metrópolis es comprensible en estos
términos; sus naturalezas ponían el valor de la vida sólo en una existencia
fuera de esquemas, y tal que no pudiera ser definida con la misma precisión en
todas sus partes. Este odio por la metrópolis tiene el mismo origen que su
aversión por la economía del dinero y por el intelectualismo de la vida
moderna. (...)
Tal vez ningún
fenomeno físico resulte tan típico de la metrópolis como la actitud blasé: la
actitud blasé resulta de estimulacioes nerviosas en rápido movimiento,
estrechamente consecutivas y fuertemente discordantes. (...)
Una vida que persiga
un placer ilimitado hace del individuo un blasé porque agita los nervios al
máximo grado de su reactividad durante tanto tiempo que al final dejan
completamente de reaccionar. (...)
Así aparece una
incapacidad de reaccionar a sensaciones nuevas con la debida energía y esto
constituye aquella actitud blasé que, de hecho, cualquier niño metropolitano
demuestra en comparación con niños procedentes de ambientes más estables y
tranquilos.
A este factor
psicológico de la actitud metropolitana se añade otro que deriva de la economía
del dinero; la esencia de la actitud blasé está en la insensibilidad a
cualquier distinción, pero ello no significa que los objetos no sean
percibidos, como en el caso de la insuficiencia mental, sino más bien que el
significado y el diverso valor de las cosas, y en consecuencia las cosas
mismas, son percibidas como no esenciales. Al individuo blasé se le aparecen
sobre un plano uniforme y en una tonalidad opaca; ningún objeto merece una
preferncia respecto a otro: este estado de ánimo es el reflejo fiel de una
completa interiorización de la economía del dinero. El dinero, al ser el
equivalente de toda la multiplicidad de los objetos en un modo único y
constante, acaba por ser la medida común más fiable. Porque el dinero expresa
cualquier diferencia cualitativa entre los objetos en términos de “¿cuánto?”,
el dinero, con todo su anonimato e indiferencia, deviene el denominador común
de los valores e inevitablemente arranca a los objetos de su esencia, de su
individualidad, de su valor particular, y de su peculiaridad. Todos los objetos
flotan con igual peso específico en la corriente continua de la economía
monetaria.”