Empezar
por el final: la muerte, la mierda, la guerra
"... c'est pareille folie
de pleurer de ce que d'icy à cent ans nous ne vivrons pas, que de pleurer de ce
que nous ne vivions pas il y a cent ans."
(Montaigne, 1595: 90)
Si empezamos este curso
de historia, como he propuesto (tomando prestada la estructura narrativa de La
flecha del tiempo, de Martin Amis, esa novela en la que siempre se encuentra
un taxi a la salida de cualquier sitio, y el taxista nos lleva sin que le
digamos nada a donde queríamos ir, con lo que le cogemos tanto cariño que nos
quedamos en la acera diciéndole durante mucho rato adiós con la mano aunque
esté lloviendo a cántaros...), si empezamos, digo, este curso de
historia por el final, y avanzamos con la flecha del tiempo cambiada de
sentido, saldremos de la muerte hacia la vida y los desechos de los vertederos
de basura devendrán instrumentos útiles: la
máquina de escribir rota servirá cuando la llevemos a casa. Al principio no
funcionará alguna tecla, pero poco a poco irá mejorando hasta que esté como
nueva. Entonces, y sin que se pueda entender la razón de nuestro absurdo
comportamiento, se la venderemos a algún dependiente de una tienda de material para oficina.
Cuando
haya guerra, la cruzaremos desde la desolación más siniestra, desde la muerte,
y empezaremos comiendo vómitos entre
escombros y ruinas humeantes hasta que la vida se vaya haciendo más
soportable cada día y al final, cuando haya terminado la guerra, podremos ver todos los espléndidos edificios
construidos con lo que no fueron antes más que cascotes, y todo el mundo usando esos edificios sin ningún temor, en un día soleado. Nos crecerá el
pelo.
Las estatuas cobrarán vida.
Lo que antes se tiraba a escondidas se
expondrá en los museos, y se subastará en las galerías de arte.

Me doy cuenta de que es de muy mal gusto hacer
como que me río de algo que no tiene ninguna gracia, pero no puedo evitarlo:
debe ser cosa del miedo.
Empezar a hablar del arte del siglo XIX -o del
arte en general- por su final obliga a empezar hablando de la muerte y de la
putrefacción del arte.

"El arte ha muerto. Viva el nuevo arte de
máquinas de Tatlin", reza la pancarta que sostienen George Grosz y John
Heartfield en 1921. A la vez que anuncian la muerte del arte -de cualquier
arte-, lanzan un viva al nuevo arte maquinista de Tatlin.
Vemos ahí la paradoja esencial del dadaísmo,
que quiso ser a la vez "arte y anti-arte", como anuncia el título
del libro de Hans Richter. En cualquier
caso, y pese a esa paradoja de un arte que perviviera en su autodestrucción, lo
cierto es que DADA supuso la muerte del arte. Después de ese anuncio, después del dadaísmo, el arte ya
no puede morirse más.
Esa imposibilidad, esa falsa muerte es la que
molesta en la
fotografía del montaje de Yves Klein titulado "Ci-git l'espace",
"Aquí yace el espacio". La manita con la que Klein se agarra infantil a
la tapa de su féretro de juguete, artístico. Klein no quiere que esa tapa se
cierre del todo. Se lo suplica con la mirada a su mujer, Rotraut, que deposita
una corona sobre la tumba "del espacio".
DADA: sí, sí.
El arte no puede morirse más porque está, como
decían Deleuze y Guattari del esquizofrénico o de los personajes de Samuel Beckett,
"trans-vivomuerto":
"El esquizofrénico está
muerto o vivo y no las dos cosas a la vez, pero uno u otro al término de
una distancia que sobrevuela al deslizar. (...)
Este es el sentido de las
disyunciones en el que Beckett inscribe sus personajes y los acontecimientos que
les suceden: todo se divide, pero en sí mismo. Incluso las distancias
son positivas, al mismo tiempo que las disyunciones incluidas. Desconoceríamos
por completo este orden de pensamiento si actuásemos como si el esquizofrénico
substituyese las disyunciones por vagas síntesis de identificación de
contrarios, como el último de los filósofos hegelianos. No sustituye síntesis
disyuntivas por síntesis de contrarios, sino que sustituye el uso exclusivo y
limitativo de la síntesis disyuntiva por un uso afirmativo. Está y permanece
en la disyunción: (...)
Está trans-vivomuerto, es
trans-padrehijo. No identifica dos contrarios, sino que afirma su distancia como
lo que les relaciona en tanto que diferentes."
(Deleuze, Guattari, 1972: 82-83)
Pero su muerte efectivamente se ha producido, y
no puede olvidarse.
Empecemos por la escatología del arte, por el
arte de la muerte y de la mierda, los ingredientes de la excelente novela de
Ignacio Vidal-Folch que se titula La cabeza de plástico y que es -según
Félix de Azúa- "un relato que expone con brío la paradoja de que las
artes visuales más furiosas y radicales se hayan convertido en un ornamento del
Estado". Una situación que reconoció Theodor Adorno en su Teoría
estética.
"-La
muerte del Arte. -Lammers paladeó las cuatro palabras como un vino excepcional
antes de lanzarse a uno de sus didácticos monólogos-. Verás: tal como yo lo
veo, una obra de arte es reconocible como tal en el preciso momento en que da
pie a una transacción económica. ¡Hablo en serio! Hasta que el autor la
vende, o sea, hasta el momento en que alguien manifiesta un interés real por la
obra, ésta no se ha mostrado, no ha superado el estado de mera posibilidad; y,
como tú sabes, la única manera fiable de manifestar interés por algo, en
nuestro mundo de incesante mercadeo, es pagar por ello, pagar, pagar; pagar buen
dinero de curso legal; el dinero del que estás dispuesto a desprenderte: ésa
es la prueba de fuego de la realidad de las cosas."
(Vidal-Folch,
1999: 82)
La muerte del arte, su mercantilización
absoluta, su insalvable sometimiento al comercio. "La obra de arte absoluta
coincide con la mercancía absoluta" (Adorno, 19??)


"Es
la literatura del siglo que viene, el XX: Marcel Proust, Joyce, el
anticipadísimo Flaubert, que soñó con escribir una novela sobre nada, la que
escribiría Joyce, Ulises."
(Umbral,
1997: II?-5)




Las vanguardias y la gran ciudad, la metrópolis
John Dos Passos: Manhattan Transfer
Alfred Döblin: Berlin Alexanderplatz
El objetivo del arte de
vanguardia es la comprensión y la representación de la gran ciudad y de las
condiciones de vida que impone a sus habitantes:
"El
público debe ser provocado: sólo así puede integrarse activamente en el universo
de la precisión dominado por las leyes de la producción. La pasividad del flâneur
de Baudelaire debe ser vencida y convertirse en participación activa sobre la
escena urbana. La ciudad es el objeto del que no hablan ni las telas cubistas ni
las "bofetadas" futuristas ni el nihilismo Dada, pero que es el punto
de referencia -al presuponerla constantemente- a que tienden las vanguardias.
(...)
De
Stijl y, más aún, Dada descubren que existen dos vías para el suicidio del
arte: la inmersión silenciosa en las estructuras de la ciudad, idealizando sus
contradicciones, o la introducción violenta en las estructuras de la
comunicación artística de lo irracional (también idealizado) que la misma
ciudad le permite."
(Tafuri,
1969: 45)
En unos "Presupuestos...
dirigidos a los profesionales", que "el lector sin intereses en la
Administración Formativa debe saltar" y que introducen al análisis del
objeto "metrópolis" a partir de un conocido texto de Georg Simmel,
escribe Félix de Azúa:
"...los
términos "movimiento" y "vanguardia" equivalen a
"estrategias imitativas del objeto Metrópolis"."
(Azúa,
1991: 137)
Conviene
precisar qué es, históricamente, la Metrópolis, la Groszstadt, la gran ciudad
contemporánea a la que el arte de vanguardia imita y reproduce:
"Sin
la menor duda, "Metrópolis" se ha impuesto como nombre del objeto de
la modernidad, debido a su carácter de extrema concentración y exhibición de
lo técnico. Quien dice "Metrópolis"... está diciendo "corazón
de la dominación técnica". Todos los efectos técnicos tienen su fuente
de energía en Metrópolis. El arte de la modernidad, siendo él mismo un efecto
técnico, un modo más de la técnica, no podía sino representar su propio
fundamento."
(Azúa,
1991: 136)
Metrópolis,
por tanto, como "corazón de la dominación técnica". Pero también
como extensión de la racionalidad tecno-científica de la producción
industrial al conjunto de la vida:
"La
Metrópolis es la forma general que adopta el proceso de racionalización de las
relaciones sociales. Es la fase, o el problema, de la racionalización de
las relaciones sociales en su conjunto, que sigue a la fase de
racionalización de las relaciones de producción."
(Cacciari,
1991: 81)
Hay
un análisis más extenso del texto de Simmel en que se apoyan estas
interpretaciones de las relaciones entre arte de vanguardia y Metrópolis en la
lección 07 de este mismo curso.
Puede
leerse aquel texto teniendo a la vista los cuadros de George Grosz. Ello
ayudará a entender a qué se refería Simmel al escribir que, en la
Metrópolis, "todos los objetos flotan con igual peso específico en la
corriente continua de la economía monetaria". Al universo que describía
el tango: "Siglo veinte cambalache, todo se compra y se vende, el que no
llora no mama, y el que no roba es un gil..."


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